II

Llamar "infantil" a un niño con tono despreciativo, es lo mismo que llamar "animal" a un perro, con ánimo de tenerlo en poca estima. Es una afirmación como mínimo superflua, si no síntoma de algo mucho peor; por un lado es evidente que lo es, por otro, sólo indica la perspectiva distorsionada con la que se contempla un fenómeno, la irritación, el gusano de la consciencia que roe el alma y no soporta la dicha ajena, el estallido de la vida. Además, no hay nada más serio y menos infantil que un niño jugando; la extrema concentración, el cuidado con que despliega y prepara el escenario de una batalla durante horas, la disposición de los elementos, el uso constante de la figuración para crear realidad a partir de la nada, para conjurar lo que no existe y darle existencia, la animación imbuida a todas las cosas, el aprovechamiento imaginativo de cualquier material, director y actor partícipe del evento que diseña, invención de un papel disperso en mil caracterizaciones, (video)juego materializado delante de sus ojos, mundo que cobra vida. El niño es un creador de mundos y todo aquel que crea mundos es niño que juega; aunque a diferencia del hacedor de una u otra religión, es un creador que ríe, todavía sabe reír, y se toma cada creación como un juego, una recreación en la que participa con entusiasmo, alborozado. Nada está escrito en la mente de un niño; la risa sólo es la consecuencia de esta liberación.