XI

El pensamiento de los niños se mantiene muy cerca de lo concreto, de la sensibilidad, no reconoce la jurisdicción de la lógica de predicados y tampoco acata el tribunal de la razón que se manifiesta en el silogismo y su orden cerrado de premisas. La mirada que proyectan en el mundo busca el vínculo, la relación sensible que une todas las cosas, idea sensitiva ajena al concepto. Una niña pregunta a su madre de qué color es el tren. Rojo y blanco, responde resignada, ante la previsible batería de preguntas habituales. Pero no hay más preguntas. La reacción de la pequeña es muy rápida, en menos de un segundo la conclusión relampaguea en sus ojos despiertos: Claro, porque el rojo y el blanco son colores rápidos. Muchos pensadores jamás llegarán a pensar de manera tan veloz ni de manera tan lúcida. Ella tampoco pasado el tiempo.

X

Una niña paquistaní, pelo negro, ojos grandes achispados, viste una camiseta rojo carmesí que luce las letras "Wonderful" hechas de lentejuelas. En la mano derecha, sujeta con fuerza una blanca y reluciente pelota de ping pong, como si fuera su más preciado tesoro. Nunca volverá a estar más radiante ni será más maravillosa. Lleva el alma de la infancia en la mano y escrita en el pecho.

IX

Todavía no había amanecido. El despertador sonó con un rumor sordo debajo de la almohada, como el zumbido de un insecto atrapado. A. se levantó de la cama en silencio, descalza, para no despertar a  su hermano pequeño. Recordó las palabras de su madre. Las niñas pequeñas no deben andar solas por la casa de noche. La primera vez fue por casualidad, no podía dormir y se levantó; después tenía que saber por qué, cuál era el motivo de esta advertencia. El suelo un poco frío le resultaba agradable. Se acercó al cuarto de sus padres para ver cómo dormían; estaban tranquilos, se podía oír su respiración, a veces acompasada, pensó que no eran diferentes a ella, niños grandes que dormían como todos. El sueño era su refugio; aunque también sabía que estaba lleno de peligros, recordaba las pesadillas. Siguió adelante hasta una ventana, al final del corredor, por la que entraba la tibia luz de la luna. La oscuridad no era una molestia, al contrario, veía los objetos con una claridad fantasmal, de absoluta nitidez, las líneas se dibujaban en el espacio en cuadros de grises superpuestos. Abrió ligeramente la ventana. Cerró los ojos. Sólo quería notar lo que había fuera, sentirlo sin verlo; la suave brisa acarició sus mejilas, movió sus cabellos rizados. Comprendió que afuera había otro mundo; todos dormían para olvidarlo, los vecinos, papá, mamá, su hermano. No les interesaba. Vivían con el horario que marcaba el sol. Era mejor estar despierto de día; la noche sólo era un trámite a pasar lo antes posible. Pero A. prefería la noche, durante el reinado de la pálida luna había un mundo sólo para ella, que nadie más conocía, y las cosas estaban tan cerca como quería. Era una lunática.

VIII

Los niños rehuyen por instinto la altura media, y no es sólo una cuestión de estatura, forma parte de una estrategia infante para mantener a salvo los secretos, lugar de culto de celebración de los misterios. El escondrijo elegido estará al resguardo de las miradas de los adultos, por encima de su campo de visión, la cabaña en el árbol, el altillo de la casa, arriba de los armarios, o por debajo, a ras del suelo, escondido entre la maleza o debajo de una mesa. El sitio en sí tanto da mientras permita mirar sin ser visto y proporcione una perspectiva diferente de las cosas. El niño quiere ver y vivir en un mundo extremo, alejado de la zona media, demasiado concurrida y aburrida; el túnel, la madriguera, la caverna, no son sino maneras de dar vida e interés al espacio, de dotar de sentido a una existencia que necesita, con urgencia, la aventura, magia y sorpresa que el mundo de los niños del pasado, a medida que creen hacerse mayores, olvida, sepulta y mancilla. La prioridad del lugar único y secreto, refugio seguro, es una de las muchas cosas que los niños comparten con los animales.

VII

La infancia se sitúa en la encrucijada de lo extraño y lo familiar, entre la atracción por lo desconocido y la seguridad de lo conocido, pugna desigual, pues la atmósfera reinante se decanta por un lado de forma visible, hasta que el tiempo decanta las cosas y la función asociada a este estado inestable se colapsa en un sentido u otro, que en su exponente más radical supone o bien la exclusión social o bien la integración sin fisuras. "No hables con extraños" es la fórmula que rubrica esta desconfianza y facilita la construcción de un entorno familiar cerrado e impermeable a las influencias externas, y por extensión, a modo de círculos concéntricos, de toda la sociedad, capa a capa, nivel a nivel, que no impide el recurso a lo desconocido como fuerza auxiliar de contención. Esta ambigüedad de la categoría de lo extraño, en el fondo de lo incategorizable, hace que a la vez permanezca oculto, apartado de la vida cotidiana, pero presente como una amenaza potencial útil en caso necesario. La madre, cansada de intentar que su hija pequeña se esté quieta, le dice como último recurso, señalando a un desconocido: "Mira, este señor vigila a los niños que se portan mal". La atracción de lo desconocido, la fuerza incontrolable que lleva al lugar de todos los secretos, como conciliación del sueño y el deseo, se transforma en su negativo, adopta los tintes del peligro, la valoración moral de malo y actúa en un mismo movimiento de zona de contención y zona peligrosa, prohibido pasar.

VI

Dos niños sentados juntos, cerca de los profesores, uno de baja estatura y el otro más bien regordete, algo taciturnos, y cómo intentando olvidar lo que les aguarda, hablan de los últimos videojuegos del mercado. Enumeran los personajes, describen sus poderes e intercambian información sobre cuál es la mejor estrategia para pasar de pantalla y combatir a cada contrincante. Sobre todo les preocupa "cómo matar al GUSANO", un enemigo formidable y repulsivo con el que se han enfrentado varias veces sin conseguir derrotarlo. Algo bastante humillante. Parece que la solución es construir las propias armas en lugar de utilizar las que vienen dadas. Ante esta posibilidad, el más pequeño de los dos se sorprende: ¿Es posible fabricar las armas que uno quiere? - No exactamente, responde su amigo, hay que recoger las piezas y llevarlas al Herrero para que las ensamble. La mejor arma que he conseguido es una espada larga. Se hace el silencio, el autocar se para; las caras cambian de expresión hasta reflejar temor y angustia. Al bajar con el resto del grupo, otro compañero rodea con un brazo el cuello de niño pequeño mientras le retuerce hacia atrás la mano. Al oído, en voz baja, le susurra: "Cuando quiera puedo romperte el brazo". Los monstruos de la pantalla dejan paso al juego de la crueldad, ritual de dominio y vejación interminable, desde que amanece hasta que la noche cubre el día.

V

Al tomar la curva, el tren oscila en la oscuridad como la cola de una serpiente; las ruedas chirrían, el traqueteo genera un ruido de baja frecuencia, casi narcótico. La niña no oye nada, está absorta mirando al vacío, con cara de aburrimiento, bajo el parpadeo de los fluorescentes. A la salida del túnel, el resplandor de la luz la obliga a cerrar los ojos un breve instante; al volverlos a abrir, medio deslumbrada, señala con el dedo hacia la ventanilla y exclama, sin ocultar su entusiasmo: "Todo esto que está marrón, será verde". Los padres siguen mirando al frente sin pestañear, ni decir palabra, hace tiempo que el mundo ha dejado de ser una sorpresa.

IV

Los niños, y mucho menos los animales, nunca entenderán por qué no tenemos tiempo para jugar, qué puede haber de tanta importancia, más importante que el juego. Las miradas de incredulidad y la sonrisa apenas disimulada, así lo demuestran. El resto del mundo no son sino unos locos laboriosos, a lo sumo algo divertidos o ridículos, siempre ocupados en cosas aburridas, que no llevan a ninguna parte. Cuando algún día lo comprendan, estarán perdidos, ya no habrá nada qué hacer, el mundo dejará de ser un lugar para jugar, una ocasión, y los otros, compañeros de juego. En cambio, la falta de comprensión radical de los animales, imbuidos de lo perceptivo hasta un grado que la especie humana jamás podrá alcanzar, representa su tabla de salvación. Al no comprender en absoluto, no hay nada en la tierra que los pueda condenar; su muerte nunca implica una rendición, una conciencia sometida, viven y mueren libres, incluso en las peores condiciones de cautividad, porque no interiorizan la situación en la que se encuentran, exterioridad pródiga o aniquiladora. El hombre es el único animal esclavo.

III

Está lloviendo; pero a quién le asusta la lluvia. Un niño baja las escaleras, con el paraguas en la mano, y canta los días de la semana a medida que pisa los escalones. Un paso abajo, "¡Miércoles!", otro paso, "¡Jueves!", se para un momento, aparenta indecisión, mientras mira de reojo a su madre..., uno más, "¡Viernes!", así hasta saltar con los dos pies juntos en el último peldaño, meta final, y gritar con todas sus fuerzas: "¡Domingo!". Niño entre tantos, dios en los albores de la creación, que juega con las palabras como si fueran cosas y con las cosas como si fueran palabras, conjunción mágica de lo real y lo ideal, del deseo y la realidad, varita mágica que traza imágenes en el aire, envuelta en polvo de estrellas. Visión del mundo preadánica en la que es imposible discernir si la existencia del escalón prefigura la emisión de la palabra o el canto repetitivo conmima, sirve de conjuro para la eclosión del espacio, el despliegue de la escalera. Espacio y tiempo forman un todo, un sueño, un espejismo real que la voz del niño organiza a su antojo, al ritmo de las gotas de agua que caen del cielo, húmedas. 

II

Llamar "infantil" a un niño con tono despreciativo, es lo mismo que llamar "animal" a un perro, con ánimo de tenerlo en poca estima. Es una afirmación como mínimo superflua, si no síntoma de algo mucho peor; por un lado es evidente que lo es, por otro, sólo indica la perspectiva distorsionada con la que se contempla un fenómeno, la irritación, el gusano de la consciencia que roe el alma y no soporta la dicha ajena, el estallido de la vida. Además, no hay nada más serio y menos infantil que un niño jugando; la extrema concentración, el cuidado con que despliega y prepara el escenario de una batalla durante horas, la disposición de los elementos, el uso constante de la figuración para crear realidad a partir de la nada, para conjurar lo que no existe y darle existencia, la animación imbuida a todas las cosas, el aprovechamiento imaginativo de cualquier material, director y actor partícipe del evento que diseña, invención de un papel disperso en mil caracterizaciones, (video)juego materializado delante de sus ojos, mundo que cobra vida. El niño es un creador de mundos y todo aquel que crea mundos es niño que juega; aunque a diferencia del hacedor de una u otra religión, es un creador que ríe, todavía sabe reír, y se toma cada creación como un juego, una recreación en la que participa con entusiasmo, alborozado. Nada está escrito en la mente de un niño; la risa sólo es la consecuencia de esta liberación.