VII

La infancia se sitúa en la encrucijada de lo extraño y lo familiar, entre la atracción por lo desconocido y la seguridad de lo conocido, pugna desigual, pues la atmósfera reinante se decanta por un lado de forma visible, hasta que el tiempo decanta las cosas y la función asociada a este estado inestable se colapsa en un sentido u otro, que en su exponente más radical supone o bien la exclusión social o bien la integración sin fisuras. "No hables con extraños" es la fórmula que rubrica esta desconfianza y facilita la construcción de un entorno familiar cerrado e impermeable a las influencias externas, y por extensión, a modo de círculos concéntricos, de toda la sociedad, capa a capa, nivel a nivel, que no impide el recurso a lo desconocido como fuerza auxiliar de contención. Esta ambigüedad de la categoría de lo extraño, en el fondo de lo incategorizable, hace que a la vez permanezca oculto, apartado de la vida cotidiana, pero presente como una amenaza potencial útil en caso necesario. La madre, cansada de intentar que su hija pequeña se esté quieta, le dice como último recurso, señalando a un desconocido: "Mira, este señor vigila a los niños que se portan mal". La atracción de lo desconocido, la fuerza incontrolable que lleva al lugar de todos los secretos, como conciliación del sueño y el deseo, se transforma en su negativo, adopta los tintes del peligro, la valoración moral de malo y actúa en un mismo movimiento de zona de contención y zona peligrosa, prohibido pasar.